“¿Qué había de hacer yo, jovencilla, reina a los catorce años, sin
ningún freo a mi voluntad, con todo el dinero a mano para mis antojos y
para darme el gusto de favorecer a los necesitados, no viendo al lado
mío más que personas que se doblaban como cañas, ni oyendo más voces de
adulación que me aturdían ¿Qué había de hacer yo? Póngase en mi caso…”
Isabel II
“El reinado de Isabel II se irá borrando de la memoria, y los males
que trajo, así como los bienes que produjo, pasarán sin dejar rastro. La
pobre Reina, tan fervorosamente amada en su niñez, esperanza y alegría
del pueblo, emblema de la libertad, después hollada, escarnecida y
arrojada del reino, baja al sepulcro, sin que su muerte avive los
entusiasmos ni los odios de otros días. Se juzgará su reinado con
crítica severa: en él se verá el origen y el embrión de no pocos vicios
de nuestra política; pero nadie niega ni desconoce la inmensa ternura de
aquella alma ingenua, indolente, fácil a la piedad, al perdón, a la
caridad, como incapaz de toda resolución tenaz y vigorosa. Doña Isabel
vivió en perpetua infancia, y el mayor de sus infortunios fue haber
nacido Reina y llevar en su mano la dirección moral de un pueblo, pesada
obligación para tan tierna mano”.
Benito Pérez Galdós. 1902
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